En las primeras horas del 15 de noviembre de 1953, un astrónomo aficionado de Oklahoma fotografió una bola de fuego masiva de color blanco que parecía emerger de la zona central de la cara visible de la Luna. Si esta teoría era correcta, el Dr. Leon Stuart había sido el primer y -hasta la fecha- único ser humano en la historia de la humanidad que habría observado y documentado un impacto de un cuerpo asteroidal sobre la superficie de nuestro satélite natural.
Después de casi medio siglo, de numerosas misiones automáticas y seis aterrizajes tripulados, este misterio -que en los círculos astronómicos había sido conocido como "El evento Stuart"- aún estaba sin demostrar y constituía una teoría bastante controvertida. Los escépticos consideraban que los datos de Stuart no eran concluyentes y que el flash de luz era el resultado de la entrada de un meteorito en la atmósfera terrestre coincidiendo con la posición de la Luna según el punto de vista del observador. Esto fue así hasta que el Dr. Bonnie J. Buratti, un científico del Jet Propulsion Laboratory y Lane Johnson, del Pomona College (California, EEUU) realizaron un estudio detallado de la zona.
La interesante fotografía de Stuart fue el punto de inicio de la investigación, con la cual los científicos fueron capaces de estimar la energía producida por la colisión. El cráter resultante que generaría el impacto sería muy pequeño como para ser visible con cualquier telescopio situado en la Tierra, por lo que fue necesario consultar otras fuentes de información.
El estudio de la región de unos 35 Km de ancho en donde tuvo lugar el impacto les llevó a realizar una búsqueda de las fotografías obtenidas por distintas sondas automáticas: primero, desempolvaron las tomas realizadas por las sondas Lunar Orbiter a mediados-finales de los años '60, pero ninguno de los cráteres parecía ser el candidato. Después consultaron el catálogo de imágenes obtenido por la sonda Clementine en 1994.
Empleando la fotografía de Stuart, se dedujo que el objeto que golpeó la superficie lunar debía haber tenido 20 metros y que el cráter resultante presentaría un tamaño entre uno y dos kilómetros. Así comenzó la búsqueda de un cráter con una apariencia fresca, reciente y no erosionada.
Un cráter lunar tiene una apariencia "fresca" cuando le da un tono ligeamente azulado a la superficie lunar en las imágenes. Este color azulado indica que el suelo lunar se halla relativamente inalterado, es decir, que no ha sufrido procesos de meteorización espacial (la cual tiende a enrojecer el suelo). Otro buen indicador de la presencia de un cráter reciente es que refleja bastante más luz que la superficie circundante.
La búsqueda de esta estructura en las imágenes de la sonda Clementine reveló un impacto de 1.5 Km de diámetro, con material eyectado en sus inmediaciones que mostraba un tono ligeramente azulado, fresco... y que además coincidía perfectamente con el punto en el que Stuart había fotografiado su flash de luz. El tamaño del cráter es consistente con la energía producida por el flash observado, tiene el color y reflectancia correctos y su forma es la esperada.
Conociendo los datos del cráter a partir de las fotografías de la Clementine -y las imágenes de Stuart- se pudo calcular que su energía de impacto fue de unos 0.5 megatones (35 veces más violento que la bomba atómica que explotó sobre Hiroshima). Se estima que este tipo de eventos ocurren en la superficie lunar con una frecuencia de uno cada 50 años, aproximadamente. Aunque la Luna es un mundo muerto, fenómenos como éste nos muestran que en algunas ocasiones tienen lugar eventos interesantes e inesperados
Tomado de
Astroenlazador
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2004-10-21, 01:00 | 4 comentarios