Hace ahora casi un año pudimos disfrutar, en el último momento y casi como una aparición milagrosa entre las nubes, de un
eclipse de Luna. Durante los eclipses, la Luna pasa por varias tonalidades de rojo, naranja, marrón y amarillo.
La culpable de estas arrebatadas gamas de color es la atmósfera terrestre. Nuestra atomósfera actúa como un filtro. Desvía la luz roja hacia la sombra de nuestro planeta y dispersa la luz azul. Por el mismo motivo, la luz del amanecer y del atardecer se torna rojiza. Si la Tierra no tuviese atmósfera, proyectaría una sombra completamente negra sobre la Luna y ésta desaparecería de nuestra vista durante los eclipses.
Un astronauta que estuviera en la Luna durante la fase de totalidad vería un eclipse de Tierra, es decir, la Tierra eclipsando al Sol. La Tierra aparecería como un disco oscuro rodeada de un brillante anillo rojizo, nuestra atmósfera brillando con la luz de todos los atardeceres y amaneceres del planeta. Esta luz es la que vemos bañando a la Luna durante la totalidad.
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2005-10-22, 12:20 | 1 comentarios