A mediados de los años noventa tuve ocasión de ver mi primera aurora boreal. Fue desde un avión, sobrevolando la
Selva Negra a las tres de la madrugada. La mayoría de los pasajeros íbamos durmiendo y el comandante nos despertó para avisarnos de que se veía una aurora boreal desde las ventanillas de babor. Yo iba sentado en ese lado del avión y lo que vi se me quedó marcado en la retina para siempre. Un brillo espectral de color rojizo inundaba buena parte del cielo.
Las auroras son el resultado entre la interacción del aire y las partículas cargadas eléctricamente (principalmente protones y electrones) procedentes del Sol. Las partículas consiguen excitar los átomos del aire y hacen que la atmósfera se ilumine, literalmente.
Mi buen amigo
Pablo Requejo, de la
Agrupación Astronómica de Madrid, me propuso hace unos meses viajar hasta Islandia para fotografiar auroras. No fue muy difícil convencerme para un plan tan interesante y el domingo pasado volamos desde
Londres a
Reykjavik esperando poder ver estas esquivas luces del norte.
El pronóstico no era nada halagüeño, la actividad solar ha sido suficiente en las últimas semanas para que se formen auroras a 64 grados de latitud norte, pero la previsión meteorológica era de nubes durante todo el tiempo que íbamos a estar en Islandia.
Cuando el avión inició el descenso hacia el aeropuerto de
Keflavik ya vimos que iba a ser difícil volver a casa con imágenes de auroras, la capa de nubes era muy espesa y no parecía que se fuera a despejar a corto plazo. El primer día caía aguanieve de forma insistente y la excursión que teníamos contratada para divisar auroras fue cancelada.
El segundo día tampoco tuvimos suerte con el tiempo, todo hacía presagiar que volveríamos a España sin disfrutar del espectáculo. Dedicamos las horas de luz a visitar
Geysir, un afloramiento geotérmico que da nombre a los géiseres. Cada siete minutos salía un chorro de agua caliente, el entorno es impresionante: el olor a azufre, la tierra con agujeros en los que mana agua hirviente, una magia especial impregna el ambiente: no es extraño que un 60% de los islandeses crea en trolls, elfos y duendes.
También vimos las cercanas cataratas de
Gullfoss, una de las principales atracciones turísticas de Islandia y una de las mayores cascadas de Europa. En verano, el caudal es casi el doble, debido al deshielo de los glaciares.
Cascadas de Gullfoss
Al salir de cenar en
Reykjavik, a eso de las doce de la noche, vimos una estrella en el cielo. Era
Vega, que a estas latitudes es circumpolar, así que cogimos el coche de alquiler con el que estábamos recorriendo la isla y nos fuimos en busca de un lugar alejado de la contaminación lumínica. Nos dirigimos hacia
Þingvellir, un parque natural ubicado cerca de la península de Reykjanes.
Al bajarnos del coche lo primero que nos llamó la atención fue ver la Estrella Polar tan alta sobre el horizonte, había una nubecilla blanca que atravesaba la constelación de Casiopea, en un primer momento pensamos que se trataba de la Vía Láctea pero después de fijarnos con más detenimiento nos dimos cuenta de que se trataba de una aurora boreal. La primera foto nos sacó de dudas. Estábamos viendo una aurora boreal. Se veían incluso rayos paralelos, casi perpendiculares al horizonte, que cambiaban paulatinamente ante nuestros ojos.
Las auroras evolucionan con mucha rapidez, parpadean, aparecen rayos paralelos (que siguen la dirección de las líneas del campo magnético terrestre) y se intensifica y debilita por segundos. Nuestra aurora presentaba dos colores: rojo y verde.
Aurora boreal, la estrella brillante es Vega
Al día siguiente visitamos el sur de la isla, estuvimos viendo las impresionantes cascadas de
Seljalandsfoss y
Skógarfoss.
Cascada de Skógarfoss
Poco antes del anochecer (en esta época del año apenas hay siete horas de luz en Islandia, desde las 10 a las 17 horas) estuvimos en la espectacular playa de
Dyrhólaey, contemplando absortos la bravura del Mar del Norte, las olas rompían con fuerza en los afloramientos basálticos. Mientras volvíamos vimos que el cielo estaba bastante despejado, así que cabía la posibilidad de que no se cancelara la excursión desde
Reykjavik.
Al llegar a nuestro hotel nos dijeron que la excursión seguía en pie. Varios autocares recogieron al numeroso grupo de turistas expectantes por ver la aurora. Nos llevaron al mismo sitio que nosotros habíamos elegido la noche anterior, nuestra intuición había sido acertada al elegir el emplazamiento. Tuvimos ocasión de ver una aurora mucho más fuerte que la anterior, pero ya se sabe cómo son las actividades turísticas: en el momento de mayor intensidad estábamos en el autobús, nos cambiaron varias veces de emplazamiento y así no había forma de hacer fotos en condiciones, pero disfrutamos visualmente de un espectáculo inolvidable.
En esta foto se puede ver el Carro de la
Osa Mayor, arriba a la derecha, y una bonita aurora de color verde.
El viento solar actúa constantemente, pero su intensidad no es fija. Esta intensidad del viento solar es precisamente la responsable de que la aurora brille con más o menos fuerza o que desaparezca. Durante los máximos de actividad solar las auroras son mucho más fuertes. El último máximo se produjo entre los años 2000 y 2002, el ciclo solar es de once años, así que en la actualidad deberíamos estar entrando en otro máximo. Por razones desconocidas el sol está siendo más perezoso de lo habitual, prácticamente no hay manchas desde hace unos años. Me hubiera gustado ver una de estas auroras espectaculares, quienes las han visto aseguran que son tan brillantes que dejan de verse las estrellas y que pueden ser tan fuertes que incluso produzcan sombras.
Otro factor que influye en las auroras es la orientación del campo magnético terrestre. El óvalo auroral que determina la probabilidad de formación de auroras boreales está centrado en el polo norte magnético. La zona de visibilidad de auroras suele estar confinada en una banda de unos 20º por debajo del polo norte magnético. Actualmente este polo magnético se encuentra al norte de Canadá y oeste de Groenlandia. Contrariamente a lo que pudiera parecer, en el Polo Norte no suelen ser visibles, la zona de mayor visibilidad se sitúa desde los 60º de latitud norte hasta los 72º.
Óvalo auroral correspondiente al día de las fotos. Crédito: NOAA/POES
Mientras más al sur, más difícil es contemplar la aurora. En Escocia, al norte de Reino Unido, se pueden ver unas 30 auroras cada año, mientras que en Inglaterra esta cifra se reduce a 5 auroras anuales. En ocasiones excepcionales pueden llegar a verse incluso en el ecuador, en España se recuerda la
aurora que se divisó en plena Guerra Civil.
Las auroras polares tienen lugar simultáneamente en ambos hemisferios, las del norte se llaman auroras boreales y las del sur, auroras australes. Cuando la aurora no es muy fuerte se ve de color blanquecino, es lo que vimos la primera noche, aunque cuando la retina se habituó a la oscuridad éramos capaces de apreciar el verde. Si la intensidad es suficiente pueden estimular los conos de la retina (responsable del color), las tonalidades abarcan del rojo al azul, pasando por el verde y el magenta. El color es indicador de la altura a la que se producen, las que se sitúan a una altura de entre 100 y 300 km suelen ser verdes, mientras que las que se encuentran entre 300 y 1000 km suelen ser rojizas. Cada altura tiene una diferente concentración de elementos químicos, que son en definitiva los responsables del cambio de color.
Algunos observadores aseguran haber escuchado las auroras, se habla de siseos, crujidos y chasquidos por efecto eléctrico, pero no queda claro si es un fenómeno real y la cuestión sigue siendo controvertida.
Ha sido toda una experiencia visitar Islandia en invierno con el entrañable grupo de amigos de
Pablo, una experiencia que recomiendo a cualquier aficionado a la naturaleza o a la astronomía, hay que vivirla en directo, contado pierde.
Actualización: Han incluido las fotos en la
galería de auroras de Spaceweather.com.
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2011-02-04, 22:04 | 30 comentarios