Anoche estuve en los Jardines del Alcázar viendo el espectáculo de luz y sonido
Córdoba, la luz de las culturas. Sin entrar a valorar la estética de esta atracción nocturna me llamaron la atención varias cosas. Por una parte, en una ciudad que aspira a ser
Capital Cultural Europea en 2016 cabría esperar precisamente eso, un poco más de cultura. Al inicio aparece el lema del espectáculo en varios idiomas, bueno, es un decir; en checo y ruso en lugar de
Córdoba, la luz de las culturas se lee
Córdoba, culturas en la luz. En hebreo y árabe aparece un galimatías sin sentido, han escrito el texto al revés y en lugar de
Córdoba se lee
Adobroc. ¿Tan difícil era encargar la tarea a traductores profesionales? Miles de turistas pasarán por los Jardines del Alcázar en las próximas semanas y la imagen que ofrece la ciudad no es la mejor cuando no se cuidan este tipo de detalles.
Pero mi crítica va por otro lado. El fin de semana un amigo me contaba que había sido imposible fotografiar Saturno (que estos días pasa por la oposición y sus anillos se vuelven mucho más brillantes que de costumbre) por culpa del rayo de luz que han instalado en la
Torre de los Jardines.
El ayuntamiento de Córdoba presume de tener una normativa local contra la contaminación lumínica pionera en España. Es frecuente encontrar a los políticos en la prensa convenciendo al ciudadano de la importancia de ahorrar luz, de pasarse a las bombillas de bajo consumo, anunciando planes para
cambiar las lámparas de vapor de mercurio pero ¿qué mensaje recibe el ciudadano que ve esta imagen?
El rayo de luz es visible desde toda la ribera del Guadalquivir. Foto: © Rafael Enríquez
El Parlamento de Andalucía aprobó hace unos años la Ley 7/2007 de Gestión Integrada de la Calidad Ambiental, una normativa que refunde, modifica y amplía toda la legislación autonómica en materia de medio ambiente. A ella se suma la citada normativa local del ayuntamiento cordobés. El problema reside en que estas regulaciones son incumplidas reiteradamente y desde todos los frentes -públicos y privados-.
Recuerdo que, cuando era niño, me gustaba mirar al cielo desde el cine de verano y ver la Vía Láctea, el
Camino de Santiago, brillando sobre mi cabeza. Lamentablemente, desde hace años este lujo ya no está al alcance de quienes residimos en ciudades; sin duda, una verdadera pena, ya que no podemos disfrutar de uno de los mejores espectáculos de la naturaleza: el cielo estrellado.
El problema del exceso de luz no sólo nos afecta a quienes disfrutamos de la Astronomía: muy al contrario, se trata de un problema de todos puesto que el derroche energético nos cuesta cada año a los sufridos contribuyentes varios millones de euros. Por si fuera poco, la iluminación excesiva afecta a los ecosistemas nocturnos: las aves migratorias, los animales marinos y los insectos se ven continuamente agredidos por las luminarias que los deslumbran y los confunden. Conviene recordar en este punto que junto al Alcázar se encuentran los Sotos de la Albolafia, un espacio natural protegido que da cobijo a una importante avifauna.
La solución a la contaminación lumínica no pasaría por apagar las luces, sino por iluminar de una forma eficiente y racional. Como es lógico, con una mejor iluminación -que, en lo posible, deseche esas farolas tipo bola que lanzan la mitad de la luz al cielo-, ahorraremos en combustibles fósiles y, por tanto, reduciremos considerablemente las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. ¿Qué podríamos hacer para evitar este problema? En primer lugar, concienciar a nuestros familiares y amigos; en segundo lugar, denunciar ante las administraciones los casos de mala iluminación. Estoy convencido de que con un poco de esfuerzo, quizás seamos capaces entre todos de conservar la calidad del cielo en los pocos lugares de España donde aún se puede disfrutar del espectáculo estelar.
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2011-04-14, 12:48 | 4 comentarios