La
Cábala, una escuela esotérica ideada por los judíos sefarditas alrededor del siglo XII, busca interpretar el sentido de la
Torá, el texto sagrado de los judíos al que los cristianos denominan
Pentateuco. En la Cábala se plantea que todo el Universo es un texto escrito en las 22 letras que forman el Álef-Bet, el
alfabeto hebreo.
Según el
Zohar, obra fundamental de la Cábala atribuida a
Shimon bar Yojai en el siglo II, pero cuya autoría se deba más probablemente al judío español
Moisés de León, podemos leer
“en todo el cielo cuya circunferencia rodea el mundo existen figuras y signos mediante los cuales se pueden descubrir los más profundos secretos y misterios. Estas figuras están formadas por las constelaciones y las estrellas que observan e investigan los sabios. Quien se ve obligado a viajar temprano se levantará al alba y mirará con atención hacia Oriente. Verá como letras grabadas en los cielos y colocadas una sobre otra. Estas formas brillantes son las letras con las que Dios creó el cielo y la Tierra; forman su misterioso y sagrado nombre”.
Esta idea no es única de la Cábala, en el Apocalipsis encontramos
“En el principio fue el Verbo”, el hombre medieval está convencido de que la creación de Dios es lógica u tiene sentido, por tanto, resulta razonable que el Creador ofrezca respuestas a quien sepa mirar en el gran libro del Universo.
Jacques Gaffarel, astrólogo y doctor en teología nacido en Francia en 1601, llevó hasta el extremo la idea. En
Curiositez inouyes sur la sculpture talismanique des Persans, horoscope des Patriarches et lecture des estoiles (Curiosidades inauditas relativas a la escultura talismánicas de los persas, el horóscopo de los Patriarcas y la lectura de las estrellas) de 1629, su obra más famosa, incluye dos grandes láminas del cielo expresado en caracteres hebreos. De este modo, las constelaciones se pueden interpretar como letras y todo el Universo se puede leer como un libro.
A pesar de lo disparatadas que puedan parecer estas ideas hoy día, el libro gozó de una enorme popularidad en su época.
René Descartes leyó la obra con interés y entre sus defensores destacó el físico y matemático
Pierre Gassendi. El mismo
Richelieu fue protector de Gaffarel. El poderoso cardenal lo nombró bibliotecario y lo envió a varios países (Italia, Grecia y Asia) en busca de libros raros. Sin embargo estas extravagantes afirmaciones no recibieron una acogida unánime. En la Sorbona su trabajo fue objeto de mofa y burla, siendo censurado el mismo año de su publicación. El erudito jesuita
Athanasius Kircher, cuyos intereses iban desde la geología a la egiptología pasando por medicina, también criticó el uso adivinatorio propuesto por Gaffarel. En
Oedipus Ægyptiacus, obra cumbre de Kircher sobre egiptología en la que proponía un sistema erróneo de interpretar los jeroglíficos, calificó los esfuerzos de Gaffarel de infantiles, inútiles y estúpidos. De hecho, el capítulo supone todo un compendio de insultos en latín dirigidos a todos aquellos que aceptaban estas ideas propias de mentes trastornadas.
En la literatura medieval tampoco faltan los ejemplos en los que el cielo muestra el futuro a quienes saben mirar en él. Esta idea del cielo como mensaje tiene su base en la propia Biblia, un conocido pasaje del Apocalipsis (6:14) dice
“Y el cielo fue retirado como un pergamino que se enrolla”.
Artículo publicado originalmente en mi sección
La Cara Oculta en la revista
AstronomíA, 172 (octubre de 2013).
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2013-10-22, 12:44 | 1 comentarios