En
Historia verdadera, el escritor griego de origen sirio
Luciano de Samosata planteó la idea de que el Sol está habitado. El gran astrónomo
William Herschel defendía en 1795 que el Sol, como el resto de los planetas, es un lugar adecuado para la vida.
William Herschel fue, sin lugar a dudas, el astrónomo más destacado de finales del siglo XVIII y principios del XIX. A su habilidad en la fabricación de telescopios hay que añadir que fue el primer astrónomo en descubrir un planeta nuevo, además de ser pionero en el estudio y catalogación de nebulosas con la inestimable ayuda de su infatigable hermana
Caroline.
Como muchos astrónomos de la época, Herschel estaba convencido de que otros planetas estaban habitados. La idea de la pluralidad de los mundos tiene dos milenios y medio, empezó con
Tales de Mileto y continúa teniendo plena vigencia entre los astrobiólogos actuales. Para el descubridor de Urano, no tenía sentido que Dios se hubiera tomado el trabajo de crear los planetas si después no los llenaba de pobladores. En su visión, el Sol era un cuerpo sólido con dos capas de nubes encima. Una primera capa opaca protegía a los habitantes del Sol de la luz y del calor de la segunda capa ardiente que ocupaba la posición más alta de la atmósfera solar, una capa que imaginaba similar a las auroras polares en la Tierra aunque a una escala infinitamente mayor. La idea, no obstante, distaba de ser nueva. La naturaleza de las manchas solares había dado pie a numerosas especulaciones desde hacía décadas.
Alexander Wilson, profesor de la Universidad de Glasgow y conocido por el efecto que lleva su nombre, había observado en 1774 que las manchas solares son una depresión de la superficie solar, lo que le llevó a pensar que debajo de las manchas se ocultaba una superficie sólida.
Herschel, firme partidario de la doctrina de la pluralidad de mundos habitados, había advertido en 1795 que algunos cúmulos estelares estaban tan apretados que hacían posible la vida. A no ser, claro, que las propias estrellas albergaran vida en su interior.
Como se puede ver en la ilustración, dibujada por su propia mano, para Herschel las manchas solares eran agujeros en las nubes abrasadoras del Sol que permitían ver el un mundo templado y habitable que se escondía debajo. En
On the Nature and Construction of the Sun, el astrónomo expone sus ideas sobre el Sol:
“El Sol... no parece ser otra cosa que un planeta muy destacado, grande y luminoso, evidentemente el primero o, hablando estrictamente, el único principal de nuestro sistema; siendo todos los demás secundarios al mismo. Su similitud con otros globos del Sistema Solar en relación a su solidez, su atmósfera y su superficie diversa; la rotación sobre su eje y la caída de cuerpos pesados nos lleva a suponer que muy probablemente también esté habitado, como el resto de los planetas, por seres cuyos órganos se encuentren adaptados a las circunstancias peculiares de este vasto globo.
Con independencia de lo que puedan decir los imaginativos poetas, que convierten al Sol en la morada de espíritus bendecidos o de la idea de los moralistas que lo señalan como un lugar adecuado para el castigo de los malvados, no parece que sus afirmaciones tengan más fundamento que la mera opinión y una vaga suposición; sin embargo, por mi parte me creo autorizado, sobre principios astronómicos, a proponer que el Sol es un mundo habitable...”.
La idea de Herschel no resultaba muy creíble, aunque realmente no entraba en contradicción con los conocimientos científicos de la época. Otros defensores de la habitabilidad del Sol fueron científicos de la talla de
François Arago, director del
Observatorio de París, y del físico escocés
David Brewster.
Artículo publicado originalmente en mi sección
La Cara Oculta en la revista
AstronomíA, 178 (abril de 2014).
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2014-04-16, 14:43 | 0 comentarios