Las escenas nocturnas son un tema recurrente en el arte. Los maestros flamencos alcanzaron una gran pericia a la hora de captar ambientes iluminados por la luz de la Luna. Uno de los pintores más hábiles en este tema fue el paisajista neerlandés
Aert van der Neer (1603-1677). Ahora sus pinturas se pueden ver en las principales pinacotecas del mundo pero en su época no fueron apreciadas y, como tantas veces ha ocurrido en la historia del arte, el pintor murió en la más abyecta pobreza.
El pintor neorromántico noruego
Harald Sohlberg (1869-1935) también supo reflejar con maestría el paisaje iluminado por la sutil luz de la Luna. Su obra
Noche invernal en Rondane, de la que hay varias versiones, surgió a raíz de una excursión para esquiar a los montes del Parque Nacional de Rondane, a unos 200 kilómetros al norte de Oslo, durante las vacaciones de Semana Santa de 1899. Sohlberg quedó vivamente impresionado por el carácter simbólico y espiritual de la luz de la Luna llena de Nisán que se derramaba sobre estos montes de extraordinaria belleza. Regresó al lugar a finales del invierno de 1900 donde pasaría dos años intentando captar el ambiente de las montañas iluminadas por la Luna. La tarea resultó ser abrumadora. La Luna se desplaza mucho en el cielo de una noche a la siguiente y la iluminación del paisaje cambiaba drásticamente. Por si fuera poco, los rápidos cambios de fase complicaban la tarea aún más, ya que la intensidad de la luz crecía de forma evidente a medida que pasaban los días. Pintar al aire libre a la luz de la Luna era muy difícil, no se veía la paleta y reproducir los colores de las montañas en el lienzo sin encender una lámpara era verdaderamente complicado.
Hasta el momento, ningún pintor había intentado captar el aspecto de las montañas nevadas iluminadas por la Luna. Tuvo que recorrer el camino en solitario hasta conseguir su meta. Durante catorce años hizo centenares de pruebas en carboncillo, a lápiz, a tinta, en acuarela, pastel y gouache hasta llegar a la obra que hoy se puede ver en la
Nasjonalgalleriet de
Oslo. La escena está iluminada débilmente así que el efecto
Purkyně entra en juego. Según este efecto, cuando la intensidad de la luz disminuye, los objetos rojos parecen perder intensidad más rápido que los objetos azules con el mismo brillo. Sohlberg utiliza con habilidad una paleta de azules para crear la ilusión de un paisaje iluminado por la Luna.
En el cielo se pueden ver las Pléyades a la izquierda. El objeto brillante que se ve entre las dos montañas es el planeta Venus, un objeto notable en el cielo vespertino a mediados de marzo de 1900. Seguramente su brillo produjo una honda impresión en el sensible Sohlberg que siguió utilizando su imagen como símbolo estilizado incluso cuando el planeta dejó de ser visible por la noche. En 1911 Sohlberg regresó de nuevo a los montes de Rondane momento en que, casualmente, Venus volvía a ser un objeto destacado en el horizonte oeste.
Aunque la exactitud científica no sea necesaria para conseguir una obra maestra, a fin de cuentas la tarea del artista no es representar la naturaleza de forma fidedigna sino dar su propia visión personal, los esfuerzos de Sohlberg demuestran que la atención a los fenómenos naturales a la hora de captar los matices de la luz de la Luna siempre rinde sus frutos.
Artículo publicado originalmente en mi sección
La Cara Oculta en la revista
AstronomíA, 184 (octubre de 2014).
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2014-12-10, 12:10 | 2 comentarios